Las Redes Alimentarias Alternativas en el occidente de México ante la contingencia sanitaria por covid–19

Rodrigo Rodríguez Guerrero
Gregorio Leal Martínez

 

Resumen

Ante los efectos negativos del actual modelo agroalimentario, y las desigualdades que genera, las Redes Alimentarias Alternativas (REALT) se han configurado como un actor clave en la construcción de un modelo más justo y sustentable de producción, distribución y consumo de alimentos. Estas redes fortalecen procesos territoriales, abonan a la conservación del medio ambiente, ayudan a mejorar la salud nutricional y consolidan relaciones sociales horizontales entre quienes producen los alimentos y quienes los consumen.
La contingencia sanitaria derivada de la pandemia de covid–19 ha impactado fuertemente a estas redes y ha obligado a generar innovaciones que les permitan seguir funcionando. La comunicación a través de redes sociales o la generación de estrategias para hacer entregas a domicilio son algunas de las prácticas que han ido instrumentando para conservar canales de distribución entre sus usuarios.
El presente trabajo hace un abordaje de las REALT en el occidente de México en donde a través de tres ejes conceptuales (Economía Social y Solidaria, Agroecología y Soberanía Alimentaria) y distintas categorías analíticas se establece el funcionamiento y los retos que se han presentado en estas organizaciones a partir de la contingencia sanitaria.

Palabras clave: Redes Alimentarias Alternativas, covid–19, economía social y solidaria.

 

Abstract

In response to the negative effects of the current agri–food model and the inequalities that it imposes, the Alternative Food Networks (REALT, in its initials in Spanish) have positioned themselves as key players in the construction of a fairer and more sustainable model of food production, distribution and consumption. These networks reinforce territorial processes, contribute to the conservation of the environment, help to improve nutritional health and consolidate horizontal social relations between those who produce food and those who consume it.
The health contingency caused by the covid–19 pandemic has had a strong impact on these networks, forcing them to come up with innovations in order to continue functioning. Communication through social networks and the formulation of strategies for home delivery are some of the practices that have been implemented to keep distribution channels open among users.
This paper looks at the REALTs in Western Mexico, using three conceptual axes (Social and Solidarity Economy, Agroecology and Food Sovereignty) and different analytical categories to give an account of the functioning and the challenges that have emerged in these organizations because of the health contingency.

Key words: Alternative Food Networks, covid–19, social and solidarity economy.

 

El final de 2019 sorprendió al mundo con los primeros reportes que alertaron brotes de una neumonía atípica, los cuales tuvieron como epicentro la ciudad de Wuhan, China. Casi de inmediato resultaría en el anuncio de la aparición del virus sars–CoV–2, causante de la enfermedad covid–19. Rápidamente se anunció que la propagación del virus era inminente hasta ser catalogada como una pandemia; la ola de contagios alcanzó a México el 2 de febrero de 2020 cuando se reportó el primer caso en este país, con lo que se inició un ascenso acelerado que ya en la segunda mitad del año 2022 acumula la cifra de siete millones de mexicanos[1] que han padecido la enfermedad. Sin duda, la “normalidad” que conocimos estaba cambiando.

Si bien la salud física se convirtió en un tema prioritario, junto con ello comenzó a evidenciarse que todas las esferas de la vida humana estaban siendo afectadas de alguna manera, constituyendo un hecho social total (Ramonet, 2020). La obligada convivencia con este nuevo virus ha desencadenado toda una reflexión sobre nuestros patrones de relación social y con la propia naturaleza, sobre todo, en torno a lo que se ha llamado la “nueva normalidad” (Pérez, 2022.)

Hemos sentido los estragos de este virus al mismo tiempo que tratamos de entenderlo para actuar en consecuencia. Boaventura de Sousa reflexiona que el virus se vino a representar en tres metáforas: “el virus como enemigo, el virus como mensajero y el virus como pedagogo” (De Sousa Santos, 2021, p. 38), metáforas con las cuales se refiere a esos imaginarios postpandémicos, considerando que este proceso aún no termina y que las reflexiones escritas por múltiples autores hasta hoy dan cuenta de iniciativas que se van configurando de forma insipiente.

Según argumenta De Sousa Santos, la metáfora de un virus enemigo llama a la rápida eliminación de este desde una lógica de guerra, en la cual lo que importa es exterminarlo, reunir fuerzas y combatirlo en el entendido de que el virus representa la gran amenaza ante la cual no se necesita mayor reflexión de su origen, sino aplicar contra él toda la fuerza posible. En la metáfora de guerra, la responsabilidad de actuar contra el virus recae en los estados, que comandan y dirigen las estrategias, mientras que entendemos que no se quiere “dialogar” con el virus, sino exterminarlo. Por otro lado, la metáfora del virus como mensajero responde al impulso de eliminar al mensajero, en este caso el propio virus. El virus puede tener un mensaje que dar, pero eso genera tal angustia que el impulso no será escucharlo, sino eliminar al que lleva el mensaje. En este caso el mismo virus representa la amenaza de muerte y la muerte misma, con lo cual no importa quién envía al mensajero ni qué es lo que intenta decir; parece que al eliminar al mensajero se evita la catástrofe. Por último, presenta al virus con la metáfora del pedagogo, esta última coloca al virus y al hombre ante la posibilidad de diálogo, obliga a no negar la interacción y a comprender el origen, el significado y la enseñanza posible. Esta nueva normalidad tendrá algo que decirnos y deberíamos ser capaces de escuchar y aprender de ello.

Probablemente sea esta última metáfora con la cual debamos guiar las reflexiones ante un escenario postpandémico, y será posiblemente la metáfora que permita comprender por qué se ha dado este escenario, qué transformaciones requiere afrontar esta nueva normalidad y cómo se van configurando las adaptaciones necesarias en nuestra espacialidad y socialización.

 

Planteamiento de la investigación

Este fue el sentido de emprender la investigación sobre Redes Alimentarias Alternativas,[2] es decir, la comprensión de cómo los sistemas locales de alimentos podrían hacer frente al escenario de crisis, particularmente en el occidente de México. Para lograrlo se planteó como objetivo general la comparación de experiencias de redes alimentarias locales, para buscar en ellas prácticas destacadas con las cuales se podrían beneficiar proyectos colectivos fortaleciendo la economía local, el empleo rural, la seguridad alimentaria y, con esto, tratar de disminuir riesgos ante contingencias ambientales y de salud.

Finalmente, se logró contactar a 96 organizaciones distribuidas en cuatro estados: Colima, Jalisco, Michoacán y Nayarit, con las cuales se concretó el trabajo de campo utilizando tanto recursos digitales como los encuentros cara a cara cuando esto fue posible; así, se realizaron entrevistas semiestructuradas con representantes de colectivos, trabajo con grupos focales, y se aplicaron cuestionarios para recoger datos que cada organización proporcionó. Por último, se completó la información necesaria con la georreferenciación de iniciativas, complementando así bases de datos que facilitaron la sistematización y análisis.

 

Enfoques teóricos desde donde abordamos las Redes Alimentarias Alternativas

Comenzaremos definiendo las Redes Alimentarias Alternativas (REALT) como espacios conformados por diversos actores que, tras mirar críticamente el modelo hegemónico de producción–circulación–consumo de alimento, proponen alternativas a este centradas en la agroecología y la economía social y solidaria con miras a lograr la soberanía alimentaria que ponga en el centro el derecho humano a una alimentación adecuada.

Para mirar a estas redes destacaremos en este texto tres enfoques considerados durante la investigación: la Economía Social y Solidaria, la Agroecología y la Soberanía Alimentaria, los cuales sirvieron de marco conceptual para la organización y análisis de resultados.

El primer enfoque refiere a la Economía Social y Solidaria (ESS), la cual entendemos como un proyecto de acción colectiva que busca la construcción de un sistema económico alternativo que tenga como centro la reproducción ampliada de la vida de todas y todos (Hinkelammert & Mora Jiménez, 2009), incluyendo a la naturaleza (Coraggio, 2011).

Partiendo de esta definición, vemos que estas redes pueden estar enmarcadas en ella ya que gran parte de sus prácticas se integran dentro del heterogéneo mundo de la ESS:

    • Parten de lo local y buscan que los procesos de producción–circulación–consumo fortalezcan al territorio y a los actores que lo integran.
    • Ponen en el centro la vida, es decir, que lo que mueve a estas prácticas dentro del sistema agroalimentario no es el lucro (como pasa en los procesos agroindustriales con fines meramente mercantiles), sino el bien común.
    • Apuestan por tener una relación más armónica con la naturaleza y ponen en marcha prácticas que cuidan el medio ambiente (muestra de ello es la centralidad que tiene la agroecología).
    • Su accionar se apega en múltiples sentidos a los principios de la economía solidaria promovidos por la Red de Redes de Economía Alternativa y Solidaria (REAS) o del movimiento cooperativo, por ejemplo:
      °  Promueven la equidad y una mejor distribución de la riqueza al interior de cada red.
      °  Dan centralidad al trabajo digno promoviendo formas para lograrlo.
      °  Muchas de las experiencias son de propiedad colectiva y la toma de decisiones se da de forma democrática mediante asambleas.

Otro rasgo central que enmarca a las REALT es la agroecología, ciencia y práctica que relaciona los circuitos agroalimentarios con los circuitos ecosistémicos, es decir, que la producción de alimentos está enmarcada en los ciclos de los ecosistemas locales.

En contraposición al modelo de producción agroindustrial que mediante el monocultivo prioriza el rendimiento y para ello utiliza insumos sintéticos (fertilizantes, insecticidas, herbicidas, etcétera), la agroecología plantea agro–ecosistemas en los que existe una relación entre las diversas plantas y seres vivos que integran el ciclo productivo. Por lo tanto, se buscan procesos endógenos, en los cuales los suelos se enriquecen a partir de los insumos que la propia parcela genera, y un control biológico de plagas partiendo de la combinación de cultivos.

En la agroecología se produce un diálogo de saberes, entendido como “la hibridación entre las ciencias objetivas y los saberes que condensan los sentidos prácticos y existenciales que han fraguado en el ser a través del tiempo (Leff, 2007, p. 30). Este diálogo retoma una serie de prácticas en las que campesinos e indígenas rescatan sus formas tradicionales de producción y van experimentando nuevos procesos a partir de la interacción con otros campesinos, poniendo un especial énfasis en las comunidades locales y su capacidad para experimentar, evaluar y ampliar su margen de innovación.

Por último, la Soberanía Alimentaria como enfoque nos presenta un horizonte hacia donde vemos que se dirige el accionar de las organizaciones que conforman las REALT, poniendo en el centro a la agricultura familiar y a los circuitos cortos agroalimentarios. Cabe decir que el concepto de Soberanía Alimentaria[3] no se opone al comercio agrícola como tal, sino a que sea el mercado internacional (y por ende la especulación) el que dicte el funcionamiento de ese comercio. De manera que las REALT, como parte de las organizaciones que promueven una Soberanía Alimentaria, priorizan a los mercados locales enfatizando que la producción agrícola es antes que nada un asunto de alimentación y solo en segundo término de comercio. Una vez que se garantice la alimentación se pueden comercializar los excedentes y no antes.

El punto de partida radica en que la construcción de alternativas a la crisis alimentaria actual no puede estar basada únicamente en el mercado como institución reguladora de las relaciones sociales, ya que el origen de esa crisis está en el modelo económico neoliberal que promueve la autorregulación de los mercados y la no intervención de los gobiernos.

Así, la revisión teórica y su contraste con los resultados de campo nos llevó a proponer ocho categorías analíticas, con la intención de lograr mayor claridad al mostrar la complejidad y heterogeneidad de las tareas que realizan las organizaciones abordadas. Aunque los límites entre categorías no son tajantes y muchas de éstas se tocan en la práctica, para fines analíticos permiten reconocer rasgos esenciales de sus modelos organizativos, así como de las dificultades que encuentran y las acciones que realizan para hacerles frente.

Las categorías se dividen de la siguiente manera: 1) distribuidores/ consumidores; 2) grupos de productores; 3) huertos urbanos; 4) mercados y tianguis; 5) producción familiar; 6) redes de semillas; 7) sistemas participativos de garantía (SPG), y 8) tiendas de productos orgánicos. En cada una de ellas encontramos repercusiones diferenciadas, así como variedad en la manera de abordarlas.

 

Reconfiguraciones necesarias

Aun en el periodo previo a la reciente pandemia, los sistemas agroalimentarios presentaban ya consecuencias negativas en sus entornos y en dirección a situaciones de crisis. Varios sectores sociales venían señalando y criticando las prácticas de producción de alimentos que consideran sólo criterios de mercado. Es decir, el modelo que pone en la cima de prioridades la generación de ganancias económicas al tiempo que desestima los impactos sociales y ambientales negativos es el que ha tratado a los alimentos como una mercancía más, ignorando que la alimentación es un derecho humano que debe garantizarse.

La utilización excesiva de pesticidas y químicos sintéticos que pretende controlar plagas y arvenses no deseados pone en riesgo la salud de las personas que trabajan en el campo, además de que los escurrimientos al subsuelo terminan con la microfauna que lo nutre y contamina los mantos freáticos. La agricultura concentrada en grandes extensiones de monocultivos deja de lado las especies menos valoradas en el mercado, provocando pérdidas en la diversidad biológica de los ecosistemas e ignorando que las especies con menos valor económico también forman parte de las dietas culturalmente aceptadas.

Resulta preocupante la pérdida de autonomía de los pueblos para producir sus propios alimentos, ya que el modelo agroindustrial demanda la compra de semillas tratadas y grandes cantidades de agroquímicos para el manejo de la producción, lo que aumenta los costos de inversión y deja en desventaja al pequeño productor.

Aunque para algunos sectores el tema de las afectaciones en el campo ha sido sensible, suele ignorarse que el consumidor final no queda exento de riesgos, y particularmente durante los primeros meses del inicio de la pandemia fue evidente el desabasto y encarecimiento de alimentos e insumos, cuando se detuvieron las cadenas de suministro debido a las medidas de cierre de fronteras que intentaron frenar el avance de los contagios (Fuentes–Pérez, 2020).

Es precisamente en las cadenas de suministro de insumos, pero también en la cadena de suministros de alimentos en general, donde desde el primer momento se dejaron sentir las consecuencias del manejo de la crisis sanitaria. Esto devino en el cierre de fronteras para tratar de impedir una propagación rápida, lo cual se acompañó de escasez en los insumos y de compras de pánico que encarecieron los propios alimentos. Junto a esto, se hizo un llamado al “distanciamiento social”, con lo cual se recomendaba que la población permaneciera en sus casas, evitando salir lo menos posible, impidiendo las aglomeraciones y dejando espacios públicos semivacíos. La consecuencia evidente de estas medidas en lo económico significó la pérdida de empleos y la reducción de horas de trabajo (OIT, 2020), situación que afectó de manera diferenciada a los distintos grupos, de tal manera que los empleados informales se vieron más afectados que los formales, las mujeres vieron una reducción más significativa en sus horas de trabajo que los hombres y, en general, aquellos grupos de por sí ya en condiciones de vulnerabilidad vieron complicarse su situación laboral y de ingresos.

 

Respuestas y reconfiguraciones ante la crisis

Como en todo proceso económico y social, la pandemia ha tenido fuertes impactos en las organizaciones que conforman las REALT. Productores, distribuidores o consumidores han visto limitada la labor que realizaban en torno a la construcción de alternativas alimentarias y han tenido que reconfigurar sus prácticas para adaptarse a una nueva normalidad.

Para efectos prácticos, en este análisis se trabaja con dos grandes categorías que agrupan las ocho categorías que identificamos al realizar la investigación.[4] La primera categorización refiere a la producción de alimentos, que agrupa a la agricultura familiar, los grupos de productores y los huertos urbanos. La segunda es la distribución o comercialización de alimentos, que se centra principalmente, aunque no exclusivamente, en las ciudades, agrupando a las tiendas de productos orgánicos, los mercados o tianguis de productores y los colectivos de consumidores (o canastas solidarias).

Si bien en el trabajo de campo realizado las organizaciones pusieron mucho énfasis en los impactos positivos, a la hora de enunciar las afectaciones que tuvieron se pudo apreciar la diversidad de implicaciones negativas que les ocasionó el prolongado aislamiento que se vivió en la primera etapa de la pandemia, de las cuales hay que partir para comprender las reconfiguraciones que vivieron para adaptarse a un nuevo contexto.

La gran mayoría de las REALT tuvieron que reconfigurar fuertemente sus actividades para adaptarse al confinamiento en un primer momento, y posteriormente a la llamada “nueva normalidad”. Un claro ejemplo de esto fue la imposibilidad de trabajar en los espacios donde normalmente realizaban sus labores. Esto afectó sobre todo a los colectivos centrados en la comercialización/distribución de alimentos, en especial a los mercados y tianguis que en muchos casos tuvieron que mudarse de sede, o transitar hacía modalidades de venta a domicilio con un número menor de productores.

En este sentido destacaremos dos casos concretos:

    • El primero es “Pochtécatl”, tianguis de economía solidaria, que se llevaba a cabo semanalmente dentro del Centro Universitario del Sur en Ciudad Guzmán, Jalisco. Este espacio ya tenía un mercado afianzado debido a la gran afluencia de estudiantes, profesores y personal administrativo de la universidad. Además, impartían diversos talleres por estar ubicados dentro de una instancia educativa. El cierre de su espacio tradicional de trabajo les obligó a buscar nuevas estrategias para comercializar los productos a través de canastas solidarias y a darle difusión a los productos locales por otros medios.
    • El segundo caso es el del “Mercado de la Buena Cosecha”, el cual operó durante dos años en la ciudad de Colima. Sin embargo, las condiciones impuestas por la pandemia, en especial el temor a contagiarse al asistir al punto de venta, volvieron muy vulnerable la operación semanal debido a la incertidumbre con respecto a la afluencia tanto de productores como de consumidores. Por tal razón, se tomó la decisión de cerrar el mercado. Una de las organizadoras decidió continuar de manera individual estableciendo entregas a domicilio, facilitando la conexión entre productores y consumidores.

Otro impacto negativo está relacionado con las dificultades logísticas para operar, situación que afectó en mayor medida a los colectivos enfocados en la producción de alimentos debido a las complicaciones de acudir a sus parcelas a trabajar, la dificultad de contar con fletes para enviar los alimentos producidos a los puntos de venta o colectivos de comercialización y el cierre de puntos de venta o espacios de entrega de alimentos. Los siguientes testimonios dan cuenta de ello.

Nosotros tuvimos una baja en nuestra distribución, porque muchos de nuestros puntos de distribución son en instituciones con trabajadores y profesionales como de la Universidad de Guadalajara y, pues, bueno, cerraron las oficinas y nuestros puntos de distribución también […] por ese lado pues tuvimos como esta falta de espacio para distribuir (Carlos Chávez, Red de Alternativas Solidarias, Rasol. Grupo focal, octubre de 2020).

Pues en parte sí nos afectó, porque, por ejemplo, de donde vengo yo, que es Tepic, Nayarit, y donde tenemos nuestra siembra de maíz azul, de maíces criollos que está a 35 o 40 kilómetros […] había un retén, y entonces no nos dejaban pasar (Gilberto, productor agroecológico. Grupo focal, octubre de 2020).

A pesar de estar centradas en la producción, distribución y consumo de alimentos locales, uno de los ejes centrales de las REALT son los procesos formativos, tanto al interior de cada iniciativa como con un público más abierto. Estos espacios ayudan a generar una identidad y una mirada común sobre temas como la alimentación, la agroecología o la economía social y solidaria. Si bien algunos de estos espacios formativos u organizativos pudieron migrar a formatos en línea, muchas otras actividades dependen de la presencialidad y tuvieron que aplazarse por un tiempo prolongado.

Un claro ejemplo de esto se da en los Sistemas Participativos de Garantías (SPG), los cuales son espacios organizados por productores, consumidores y técnicos que verifican las condiciones en las que se producen alimentos en una determinada parcela para certificar que la producción en ese lugar se da desde una perspectiva agroecológica, y al mismo tiempo acompañan a los productores para caminar en una transición hacia una lógica agroecológica.

Para los SPG la visita a las parcelas y en trabajo de campo con los productores es una actividad esencial, la cual tuvo que ser interrumpida. En el caso del “Mercado Agroecológico El Jilote”, SPG que trabaja en Jalisco y algunos estados vecinos, esto se vivenció prácticamente deteniendo el trabajo de campo por un largo periodo, volcando sus esfuerzos en otras actividades, como la búsqueda de financiamiento.

[…] en primera no hicimos ninguna visita en este año y eso afecta porque si ya teníamos la intención de analizar el nombre del Jilote, pues no hicimos ninguna visita. Apenas estamos retomando el curso del trabajo y nos pusieron el alto y ahí quedó todo […] y entonces como que sí fue un año perdido creo yo, aunque no del todo, porque estuvimos metiendo proyectos y todo eso y esperemos uno, ya luego vamos a ver el año que entra si pega pues ya tendríamos financiamiento y podríamos trabajar (Blanca Arellano, Mercado Agroecológico el Jilote. Entrevista a profundidad, diciembre de 2020).

Otro tipo de organizaciones que no pudo trasladar sus procesos a formatos en línea fueron las organizaciones de productores. En el caso de la “Red de Alternativas Sustentables Agropecuarias (RASA)”, esto significó pausar talleres formativos[5] entre productores (los cuales en muchos casos no tienen acceso a las herramientas para trabajar en línea) y cancelar encuentros con una fuerte carga simbólica para sus integrantes, como el encuentro del maíz que se realiza anualmente.

[…] las afectaciones que tuvimos sí han sido fuertes, por ejemplo, mañana teníamos un taller de formación ahí en la escuela justo en Ixtlahuacán de los Membrillos, que se tuvo que cancelar porque no se pueden hacer reuniones de más de 20 personas. A algunos de ustedes les ha tocado ir al encuentro anual que se hace con la rasa, que este año iba a ser allá con el Rodo y toda la gente de Limón, y se tuvo que cancelar porque, otra vez, no se permiten las reuniones. Entonces por esa parte se ha estado complicado (Jaime Morales, rasa. Grupo focal, octubre de 2020).

La presencialidad también es clave para configurar la identidad colectiva en ciertos proyectos. En el caso de la “Cooperativa de Consumo Consciente Milpa”, los espacios de encuentro, ya sea en la entrega de canastas, en los procesos formativos o en las asambleas, ayudan a cohesionar al colectivo. Limitar la cantidad de gente que podía estar junta durante las entregas quincenales, o trasladar las asambleas y espacios formativos a la virtualidad, afectaron la cohesión del grupo.

Esto desgraciadamente también se ha visto afectado por lo de la pandemia y nos ha forzado a hacer muchas cosas. Las asambleas ahora son virtuales, las reuniones son virtuales, eso creo que nos ha afectado un poco porque creo que parte de lo bonito de la cooperativa es esa parte de la convivencia, reconocer, de platicar, de ver a los productores, y pues sí nos hemos visto afectados por esa parte (Oscar Loreto, CCC Milpa. Grupo focal, octubre de 2020).

No todos los impactos en las REALT han sido negativos. Retomando la lectura que hace Boaventura de Souza Santos sobre la pandemia, podemos ver que el virus como pedagogo ha puesto el foco en el cambio de hábitos entre la población, entre ellos, poner mayor atención en los alimentos que consumimos y su origen. En este sentido, tanto los productores como los distribuidores identifican que la pandemia ha atraído nuevos consumidores y ha despertado un mayor interés por la adquisición de alimentos naturales (sobre todo agroecológicos) y de productores locales.

En palabras de una organización que vincula a productores con consumidores en el sur de Jalisco:

¿Qué he visto yo que ha sido positivo? Creo que esta crisis de salud definitivamente ha sido un llamado en el que tomó tiempo que las personas tomaran conciencia de que es una crisis a consecuencia de los malos hábitos de nuestro modo de vida, por lo menos a los productores que yo conozco y que comienzan a perfilarse hacia este tipo de alimentos […] esta alerta de la hipertensión de la diabetes y todas estas enfermedades que generan un cuadro crítico de la enfermedad, que nos está impactando en nuestra cotidianidad, ha sido un aliciente, si no por conseguir alimentos orgánicos, [sí por] preocuparse por la calidad de los alimentos o para dejar alimentos industrializados o procesados (Helen Juárez, Alimento Sano, Grupo focal, octubre de 2020).

A su vez, además del consumo de alimentos naturales, la pandemia despertó interés en algunos consumidores urbanos por empezar a producir sus propios alimentos. Para los colectivos enfocados en la agricultura urbana, esto, además de permitirles ampliar la demanda de sus productos, también les ayudó a crecer en la instalación de huertos productivos.

[…] en nuestro caso, como productores de hortalizas orgánicas, y también como proveedores de servicio de instalación de huertos productivos, fue una respuesta benéfica. De repente el interés aumentó muchísimo en este tipo de productos en este tema de cambiar la alimentación porque estamos hablando de la salud y, a pesar de que se tiene claro de que es un virus en particular, muchas de las personas comenzaron a cuestionarse su estilo de vida en términos de cómo estar ayudando a su sistema inmune (Rafael Corro, Red de Agricultura Urbana. Grupo focal, octubre de 2020).

Esta “cruel pedagogía del virus” también permitió a las organizaciones reconfigurarse, tejer redes, voltear a ver a otros colectivos y a otros posibles consumidores. En este proceso de “replegarse hacia adentro” se pudo poner el foco en otras actividades que la propia dinámica de trabajo hacía complicada. La realización de conversatorios, seminarios y cursos (todo en línea) ayudó a darle difusión al trabajo que se estaba realizando, y al mismo tiempo, a repensar las propias prácticas de muchos de los colectivos. Otro impacto positivo identificado por las propias organizaciones fue la visibilización del trabajo del campo. La labor de las y los campesinos se volvió una actividad esencial de la economía, lo que puede aportar a otra visión de lo rural y una mirada y relación más equitativa desde la ciudad.

 

Conclusiones

Las Redes Alimentarias Alternativas constituyen formas no convencionales de producción, distribución y consumo de alimentos que, apegadas a principios de agroecología y economía solidaria, buscan generar nuevos esquemas para abordar la alimentación poniendo en el centro el cuidado del medio ambiente y el bien común.

Estas prácticas ponen el acento en la vida, es decir, la alimentación adecuada como un derecho a cumplirse, en la que debe caber la exigibilidad, pero también las condiciones para que los propios pueblos tengan acceso pleno por sí mismos. En este sentido, el arraigo territorial se convierte en un componente clave para entender el funcionamiento de las realt.

Este acento en la vida se puede ver desde múltiples perspectivas.

    • La producción libre de insumos sintéticos o agroquímicos (fertilizantes, plaguicidas, etcétera) en manos de familias campesinas o de pequeños productores, además de ayudar a la conservación de suelos y agua, permite el rescate de semillas y plantas localmente pertinentes;
    • la organización colectiva para la distribución de estos alimentos permite la consolidación de estructuras horizontales que abonen, por un lado, a la disminución de costos, y al mismo tiempo la toma democrática de decisiones;
    • la suma de consumidores conscientes que busquen no solo cuidar su salud mediante productos orgánicos, sino que quieran incidir en los impactos positivos en los territorios abona a la sostenibilidad de todo un circuito corto agroalimentario.

Como gran parte de las actividades humanas, el funcionamiento de las REALT se vio fuertemente afectado por el surgimiento de la pandemia por el covid–19. Por un lado, se generó un incremento en la demanda de productos orgánicos o agroecológicos por los efectos positivos que estos tienen en la salud, pero, paradójicamente, se cerraron temporalmente puntos de venta, lo que limitó para los productores la venta de sus productos, y para los consumidores el acceso a estos.

Esta situación obligó a que se reconfiguraran las formas de distribución para garantizar que estos circuitos sigan funcionando. La organización de espacios virtuales para la promoción y venta de alimentos, las entregas a domicilio o la generación de nodos de consumo fueron algunas de las estrategias que se siguieron en las realt, y que permitieron que se sostengan en esta complicada etapa.

 

Referencias

Coraggio, J. L. (2011). Economía Social y Solidaria. El trabajo antes que el capital. Abya Yala/Flacso.

De Sousa Santos, B. (2021). El futuro comienza ahora. De la pandemia a la utopía. Akal.

Fuentes–Pérez, E. M. (2020). La industria alimentaria frente a la nueva normalidad post covid–19. CienciAmérica, 9(2), 45–50. https://doi.org/10.33210/ca.v9i2.290

Hinkelammert, F. J. Franz, J., & Mora Jiménez, H. (2009). Economía, sociedad y vida humana: Preludio a una segunda crítica de la economía política. Editorial Altamira. http://repositorio.uca.edu.sv/jspui/handle/11674/2108

Leff, E. (2006). Complejidad, racionalidad ambiental y diálogo de saberes. [Ponencia presentada en el I Congreso internacional interdisciplinar de participación, animación e intervención socioeducativa, Barcelona, noviembre de 2005].

OIT (2020). Informe Mundial sobre Salarios 2020–2021: Los salarios y el salario mínimo en tiempos de la covid–19 https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—dgreports/—dcomm/—publ/documents/publication/wcms_762317.pdf

Pérez, G. (2022). Reflexiones en torno a la nueva normalidad. Revista de Investigación Psicológica, 27, 11–14.

Ramonet, I. (2020). La pandemia y el sistema–mundo. Un hecho social total. Estudios venezolanos de comunicación, 190–91, 95–124.

 

[1].     Casos Acumulados Estimados (máximo) según la Plataforma de información geográfica de la UNAM sobre covid–19 en México, consultada el 27 agosto 2022 en https://covid19.ciga.unam.mx/

[2].    El texto deriva de la investigación “Redes alimentarias alternativas como respuesta en los sistemas agroalimentarios locales para atender riesgos en el acceso a alimentos”, financiado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) en el marco de la Convocatoria 2020–1 “Apoyo para proyectos de investigación científica, desarrollo tecnológico e innovación en salud ante la contingencia por covid”.

[3].    Este concepto ha sido promovido en primera instancia por La Vía Campesina, organización internacional que agrupa a diferentes organizaciones del campo integradas por campesinos, pequeños agricultores rurales, trabajadores agrícolas, comunidades agrarias indígenas y mujeres del campo.

[4].    Las categorías de trabajo en la investigación fueron 1) distribuidores/consumidores; 2) grupos de productores; 3) huertos urbanos: 4) mercados y tianguis; 5) producción familiar (agricultura familiar); 6) redes de semillas; 7) Sistemas Participativos de Garantía (SPG), y 8) tiendas de productos orgánicos.

[5].    Los cuales son uno de los ejes centrales de esta organización. La rasa trabaja desde la metodología “de campesino a campesino”, lo que implica forzosamente reunirse en el campo y dialogar en torno a la parcela.