La ortodoxia económica de la economía-sociedad de mercado y la economía-sociedad de consumo

Dos caras de la misma moneda

“(Los sapiens…) Hemos domeñado nuestro entorno, aumentado la producción de alimentos, construido ciudades, establecido imperios y creado extensas redes comerciales. Pero ¿hemos reducido la cantidad de sufrimiento en el mundo? 

“La ética capitalista y la ética consumista son dos caras de la misma moneda, una mezcla de dos mandamientos. El supremo mandamiento de los ricos es “¡Invierte! El supremo mandamiento del resto de la gente es ¡Compra! 

Yubal Noah Harari

“Cuando todos se vuelven locos, lo racional es volverse loco también” 

Charles Kindleberger

 

¿Qué es el mercado? ¿existen diversos mercados en la historia? ¿cómo se define al mercado o los mercados en el sistema-mundo capitalista? ¿qué logros y problemas generan los mercados en la economía del capital? Pero, también, ¿Qué es el consumo? ¿cómo se expresa en esta etapa del desarrollo del capitalismo (del consumo de masas al consumo de élites)? ¿qué vínculos existen entre economía, desarrollo y modernidad? 

Estas son algunas tan solo algunas preguntas que nos hacemos para intentar comprender la complejidad de lo social y las relaciones económicas en su expresión mercantil.[1] En el presente apartado trataremos de dar respuesta a estas preguntas desde la perspectiva ortodoxa de la economía.

2.1 Los mercados capitalistas:
 ortodoxia y fundamentalismo

Los intercambios de productos han existido a lo largo de la toda la historia de la humanidad. Sin embargo, han tenido una diversidad de expresiones. Durante la revolución cognitiva de nuestra especie sapiens, prácticamente el intercambio de bienes entre recolectores-cazadores se circunscribía a sus propios grupos o colectivos. Luego, con la revolución agrícola y la fundación de pequeñas comunidades sedentarias, el intercambio de bienes y servicios quedaba prácticamente encerrado en ellas, salvo algunos pocos productos no producidos en su interior y obtenibles en las comunidades locales más próximas. Es con la revolución científica y tecnológica, que posibilita el surgimiento del capitalismo y los primeros imperios de carácter global, que los mercados se expanden a las ciudades y se abren a productos del mundo entero para crear la primera red comercial global (Noah, 2017). Hoy, en un contexto globalizado, los intercambios han evolucionado a tal punto que productores y consumidores no tienen contacto directo. 

Pero veamos cómo la teoría económica convencional explica las economías reales. De acuerdo con Joseph Stiglitz -quien fuera economista en jefe del Banco Mundial y premio Nobel de Economía 2001-, en su libro de estudio básico de economía, la teoría económica convencional reconoce una gran diversidad de mercados, tanto para los hogares (racionales) como para las empresas (maximizadoras de beneficios). Dichos mercados podrían agruparse básicamente en tres tipos: de bienes, de trabajo y de capital (Stiglitz y Walsh, 2006, p. 149-166). Estos mercados se encuentran todo el tiempo interrelacionados (las perturbaciones en alguno afectan al resto) y alcanzan el equilibrio general cuando todos los mercados se encuentran en equilibrio, es decir, cuando los mercados se vacían, de manera que la demanda de cada bien es igual a su oferta, la demanda de cada trabajo es igual a su oferta y la demanda de capital es igual a su oferta. Ello significa que no existen incentivos para que varíen los precios de los bienes, los salarios (trabajo) y las tasas de interés (capital).

En este modelo competitivo básico, el Estado sobra, es prescindible. Ello acontece, supuestamente, porque los mercados son eficientes por sí mismos. Sin embargo, detrás de este dogma de los mercados eficientes se encuentra Adam Smith y su apuesta por la mano invisible del mercado, donde los individuos egoístas, en la búsqueda de su propio provecho (privado), logran el interés general (público). Esta afirmación de la doctrina económica capitalista ha sido fundadora, ya no sólo en el orden teórico y prescriptivo, de una ética, de un dogma. 

Ya desde mediados del siglo XX, Karl Polanyi (2018) cuestionaba el dogma de la sociedad de mercado, sustentadas en la libertad de empresa y la propiedad privada. En su célebre libro, “La Gran Transformación”, Polanyi distingue entre los mercados, un fenómeno casi universal, pero de importancia social marginal, y el sistema mercantil, es decir, la integración de todos los mercados en una única economía nacional o internacional -Polanyi fue un pensador que influyó en Wallerstein (2005) y sus estudios del sistema-mundo capitalista-. Bajo un sistema mercantil se entiende que los complejos mecanismos económicos funcionan sin la intervención consciente de las personas. Así, las motivaciones económicas principales serían el deseo de consumo, por un lado, y el deseo de ganancia, por otro, sin ningún otro requisito legal que la protección de la propiedad y el cumplimiento contractual.

Con base en este dogma se ubica su afirmación central: entender el crecimiento económico como el bien supremo, dado que la justicia, la libertad y la felicidad dependen todas del crecimiento económico (Noah, 2017, p. 346). Dicho de otra manera, en el credo capitalista, el máximo mandamiento es que los beneficios de la producción deben ser reinvertidos en aumentar la producción. 

De manera que, como bien afirman Franz Hinkelammert y Henry Mora (2012, p.402):

“Estos fundamentalistas (del mercado) sacan una conclusión inaudita: el mundo es complejo, por consiguiente, las soluciones pueden y deben ser esencialmente simples (simplismo). El mundo es complejo y por tanto únicamente los simplismos son aceptables. Esta reducción de todos los problemas se inició con los neoliberales. Hayek la hace muy explícita: 

Una sociedad libre requiere de ciertas reglas morales que en última instancia se reducen a la manutención de vidas: no a la manutención de todas las vidas porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para reservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto, las únicas reglas morales son las que llevan al cálculo de vidas: la propiedad y el contrato. (Hayek, Friedrich von. Entrevista con El Mercurio, Santiago de Chile, 19-04-1981). 

Siendo complejo el mundo, el simplismo de “la propiedad y el contrato” es la respuesta.

De ahí que, en la economía ortodoxa y fundamentalista, la competencia se convierta en el valor práctico del capitalismo y su economía de mercado: libertad para competir, competir para ser libres. Libertad de mercado, en suma, como el principal y óptimo asignador de recursos. Y, apoyando esta máxima económica, la teoría evolucionista clásica de la biología contribuye al éxito ético del capital: sólo mediante la competencia saldrán adelante los más aptos, dejando en el campo de batalla (el mercado) a los ineptos e inadaptados.


2.2 De la economía de mercado a la sociedad de mercado y consumo: el consumo de masas y el consumo de élites

Karl Polanyi (2017), en su libro “La Gran Transformación”, hace una severa crítica a la economía de mercado. En realidad, la economía de mercado, sostiene Polanyi, es un sistema económico regido, regulado y orientado únicamente por los mercados, en el que la tarea de asegurar el orden en la producción y la distribución es confiada a ese mecanismo autorregulador (p. 129). Sin embargo, para Polanyi los supuestos de Adam Smith eran erróneos, dado que sus proposiciones sobre el hombre originario o primitivo y su psicología económica fundada en su propio interés individual y su predilección por las ocupaciones lucrativas eran falsas (pág. 105).

De ahí el obstáculo moral que impone: la planeación económica y la regulación son considerados como negación, límite, candados a la libertad, donde la libre empresa y la propiedad privada son las expresiones de esa libertad y ninguna sociedad que se construya sobre otros fundamentos merece ser llamada libre. De ahí que, según Polanyi, la plenitud de la libertad para aquellos que no necesitan incrementar sus ingresos, ocio y seguridad, y conceder una simple ración de libertad para el pueblo. (pág. 312).

La mercantilización de la sociedad se lleva al extremo de la tierra y el trabajo -retomando Polanyi a los componentes de la economía clásica, además del capital- dado que las mercancías son objetos producidos para la venta en el mercado y, en ese sentido, la tierra y el trabajo no son producidos para la venta ni pueden serlo. Por ello, no pueden considerarse mercancías en sentido estricto. Se trata de mercancías ficticias, dado que ninguna economía de mercado funciona sin su mercantilización. 

Así, de una sociedad de mercado, dando otra vuelta a la tuerca, nos encontramos con la sociedad de consumo. No es tan sólo una sociedad que enmarca sus relaciones sociales en base a la mercantilización de casi todo, la vida misma, sino que el consumo se convierte en el motor que permite girar la rueda, o peor aún, en la energía y la droga que estimula a la economía de mercado-la sociedad de mercado, dos caras de la misma moneda.

Yuval Noah Harari (2014, pp. 381-384), historiador de la humanidad, nos indica que el consumismo es una especie de nueva religión, una ideología, incluso una ética:

“El consumismo considera que el creciente consumo de productos y servicios es positivo. Anima a la gente a permitirse placeres, a viciarse e incluso matarse lentamente mediante consumo excesivo. La frugalidad es una enfermedad que hay que curar” (Noah, 2014, p. 382).

Y esto es posible porque la economía capitalista moderna está obligada a aumentar constantemente la producción si aspira a sobrevivir, nos dice Noah, como un tiburón obligado a nadar continuamente para no ahogarse.

Para Gilles Lipovetsky (2007) resulta claro que es preciso menos consumo, si este se entiende como un imaginario multiplicador de la satisfacción. Lo paradójico, sostiene el autor en su libro “La felicidad paradójica”, es que al mismo tiempo requerimos más consumo, ese consumo digno y necesario que hace posible la vida de las mayorías depauperadas: 

“(…) Pero por otro lado también necesitamos más consumo: para que retroceda la pobreza, pero también para ayudar a la tercera edad, para mejorar las condiciones de la salud pública, para utilizar mejor el tiempo y los servicios, abrirse al mundo, saborear experiencias nuevas. (…) El tiempo de las revoluciones políticas ha concluido; ante nosotros tenemos el de la reestabilización de la cultura consumista y el de la reinvención permanente del consumo y los estilos de vida” (2007, p. 126).

De  ahí que el filósofo y sociólogo del consumo nos lance una frase lapidaria, provocativa al extremo y a  la vez fríamente realista:

“Que nadie se llame a engaño: ni las protestas ecologistas ni las nuevas modalidades de consumo más sobrio bastarán para destronar la creciente hegemonía de la esfera comercial, para hacer descarrilar el TGV consumista, para contener el alud de nuevos productos con un ciclo de vida cada vez más breve” (Lipovetsky, 2007, p.16).

Por su parte, el premio nobel de economía John Storey (2017), desde los estudios culturales y las teorías del consumo, se pregunta sobre el excesivo consumo en las sociedades capitalistas (consumismo en la sociedad de consumo) y encuentra tres respuestas: la teoría marxista de la alienación, el modelo de la emulación social y la teoría de la ética romántica consumista (más allá del hedonismo y como idealización del consumo en tanto experiencia de vida).

Desde la perspectiva marxista, se trata de un modelo de acumulación de capital que, en su expresión neoliberal[2] actual se construye una exaltación del lucro, de la iniciativa individual, de las bondades del sector privado de la economía, de la conveniencia de introducir principios empresariales en la explotación del sector primario, de la apertura de las economías al libre mercado y de la inconveniencia de la regulación de los mercados por parte del Estado (Storey, 2017, p. 176).

Además del concepto de acumulación de capital, entre las criticas marxistas y neomarxistas al capitalismo y sus graves consecuencias destacan conceptos clave como el de “acumulación por despojo” (David Harvey), “acumulación militarizada o por represión” (Michael Robinson), colonialidad-descolonialidad (Boaventura de Sousa Santos, Enrique Dussel, Edgardo Lander, Aníbal Quijano y Walter Mignolo, entre otros). John Holloway propone la necesidad de “agrietar el capitalismo” mediante múltiples maneras, entre las que se encuentran alternativas socioeconómicas desde abajo y en las comunidades. Raúl Zibechi sostiene que es posible construir alternativas y resistencias desde los márgenes societales.[3] Desde los análisis marxistas-neomarxistas y descoloniales, la vinculación entre economía-modernidad-imperios-colonialidad se convierte en una necesidad teórica para explicar el capitalismo actual con sus graves consecuencias, crisis y desigualdades. 

Y este acercamiento al consumo nos lleva necesariamente hacia la diferenciación que realizan tanto la economía clásica y el marxismo entre el valor de uso y el valor de cambio (la teoría del valor): 


“En una sociedad capitalista, todas las mercancías que compramos tienen un valor de uso y un valor de cambio. La diferencia entre ambas formas del valor es significativa, y en la medida en que a menudo se enfrentan una con otra constituye una contradicción que puede dar lugar ocasionalmente a una crisis. Los valores de uso son infinitamente variados (incluso para el mismo artículo), mientras que el valor de cambio (en condiciones normales) es uniforme y cualitativamente idéntico (un dólar es un dólar, e incluso cuando es un euro tiene un tipo de cambio conocido con el dólar” (Harvey, 2014, pág. 31).

Cuando el sistema capitalista, en proceso creciente de acumulación, va haciendo una opción relevante por el valor de cambio en detrimento del valor de uso o consumo, la contradicción inherente y fundamental se vuelve crítica. Las crisis de vivienda e hipotecarias en diversos momentos históricos, incluyendo el crack inmobiliario de 2008 acontecido en Estados Unidos, Irlanda y España (aunque no sólo), son indicativas de esta tendencia capitalista[4]:

“Obviamente, he elegido este caso de la vivienda porque es un ejemplo perfecto de cómo la diferencia en el mercado entre el valor de uso y el valor de cambio de una mercancía puede convertirse en una oposición y un antagonismo, intensificándose hasta dar lugar a una contradicción absoluta y a una crisis en todo el sistema financiero y económico” (Harvey, 2014, pág. 38).

Pero esto mismo ha venido ocurriendo en otros derechos sociales fundamentales como la educación y la salud.

Siguiendo con la perspectiva del análisis marxista, Raquel Gutiérrez (2016), desde sus reflexiones sobre “lo común” y la necesaria producción-reproducción social de la vida, retomando a Bolívar Echeverría, sostiene que:


“(…) en la modernidad capitalista, la organización económica que posibilita la producción y reproducción de la vida social “abandona” la finalidad primaria a la que ésta debería de responder; es decir, la de garantizar la reproducción misma del sujeto social, para asumir una segunda finalidad que hace que ella se transforme en una suerte de subjetividad ajena a la colectividad social, pero capaz de dirigirla y conformarla. Esta finalidad es la del proceso de valorización del valor” (Gutiérrez et al, 2016, pág. 382).

De manera que, siguiendo a la autora mexicana, el proceso de separación o escisión entre productores y medios de producción genera una estructuración de relaciones sociales donde los individuos, sujetos centrales, son supuestamente libres rompiendo con ellos los entramados comunitarios y una mercantilización no sólo de todo lo social, sino incluso de la naturaleza: individualismo, unidimensionalidad del mercado y tiempo abstracto son sus consecuencias y efectos al mismo tiempo (Gutiérrez et al, 2016, pág. 383-384).


2.3 Las nuevas economías capitalistas
en el contexto neoliberal

Desde un abordaje filosófico, para Byung-Chul Han (2016), una tendencia más grave aún de la fase capitalista actual es donde el trabajador se autoexplota, es decir, se explota a sí mismo mediante la ideología del emprendedor, del trabajador autoempleado, del trabajo asalariado flexible y pseudo autónomo.

De manera que, dialogando con Hardt y Negri, el filósofo y ensayista no encuentra que la violencia que surge del imperio global sea interpretada como poder de explotación del otro, dado que lo que acontece en realidad es que el imperio global no es ninguna clase dominante que explote a la multitud, pues hoy cada uno se explota a sí mismo -la propia explotación-, y se figura que vive en libertad. De ahí la desaparición acelerada de los lazos comunitarios y societales, la desintegración del tejido social y de la acción común:


“Los sujetos neoliberales de la economía no constituyen ningún nosotros capaz de acción común. La creciente tendencia al egoísmo y la atomización de la sociedad hace que se encojan de forma radical los espacios para la acción común, e impide con ello la formación de un poder contrario, que pudiera cuestionar realmente el orden capitalista. El socio deja el espacio al solo. Lo que caracteriza la actual constitución social no es la multitud, sino más bien la soledad (non multitudo, sed solitudo). Esa constitución está inmersa en una decadencia general de lo común y lo comunitario. Desaparece la solidaridad. La privatización se impone hasta el alma. La erosión de lo comunitario hace cada vez más imposible la acción común” (pág. 32).

Conviene recoger aquí (Cuadro 2.1), brevemente, algunas de las notas constitutivas del capitalista actual, con sus dinámicas y tendencias[5]:

De ahí que, en este contexto de la fase neoliberal capitalista y salvaje, surgen economías emergentes ortodoxas que hemos agrupado en torno a los cuatro campos analíticos (ver Figura 2.1):

Campo de Valores/Antivalores: se trata de la Economía Oscura que incluye las economías distópicas como la financiera especulativa, la militar, la economía del crimen organizado y los paraísos fiscales, el anarcocapitalismo;

Campo de la Sustentabilidad/Crisis ambiental: o Campo de la Economía Verde con la Economía de Servicios Ambientales y de Bonos de Carbono;

Campo de la Tecnología y la Innovación: es el Campo de la Economía Naranja con los grandes corporativos tecnológicos, la Pseudo-Bioeconomía, la Economía Colaborativa Privada e Innovaciones Sociales de Libre

Campo de la Inclusión/Exclusión social: cuya expresión es la Economía Rosa y, su mejor representante, la Economía en la Base de la Pirámide.

Algunos teóricos de las organizaciones empresariales privadas (Castiñeira, 2019) señalan que la década del 2020-2030 -década disruptiva- estará marcada por una nueva economía con cuatro dimensiones de naturaleza disruptiva: la economía, la tecnología, la geopolítica y el medioambiente. La disrupción, en sentido amplio, Castiñeira la entiende como una revolución imprevista y acelerada con riesgos y oportunidades y sus cambios serán exponenciales, y no lineales e incrementales, de manera que en los entornos geopolíticos y empresariales se habla ya de entornos VUCA (volátiles, inciertos, complejos y ambiguos) en los cuales las turbulencias y la inestabilidad se acentúan y la predicción es sustituida por la reacción. Asimismo, la necesaria transformación energética hacia energías renovables disponibles en todo el mundo generará mayor seguridad e independencia energéticas. Y junto a lo anterior, dentro de una década, China superará a los Estados Unidos como líder mundial de la Inteligencia Artificial, generando un duopolio tecnológico o dos grandes tecnobloques cuya megacibersoberanía generará nuevas tensiones en Europa, América Latina y África ante su carencia absoluta de soberanía digital. 

Veamos a continuación una descripción breve de cada una. Empecemos desde las economías menos agresivas, para terminar este capítulo con las economías distópicas.


2.3.1 Economía Rosa

El término es nuestro y pretende reflejar la aparente inocencia o inocuidad de una propuesta socioeconómica sustentada principalmente por el enfoque teórico-práctico de la “Economía en La Base de la Pirámide”. Desde nuestro punto de vista se trata de una perspectiva capitalista colonial y perversa, dado que:


“(…) Si hiciéramos el ejercicio de segmentar a toda la humanidad en una pirámide socioeconómica, nos encontraríamos que el grueso de la población se encuentra en la base; es decir, entre cuatro y cinco mil millones de personas viven con menos de dos dólares al día. Para unos, el hecho es dramático y demanda filantropía, sin embargo, para otros, el hecho es una clara oportunidad de mercado”. 

Esta estrategia que impulsa a las grandes corporaciones a “mirar hacia abajo”, tiene entre sus bases teórico-conceptuales a C.K. Prahalad[6] y su libro “La riqueza en la base de la pirámide” (2006), donde analiza el potencial de consumo y desarrollo de las zonas más desfavorecidas del planeta. Y lo hace mediante el estudio de la experiencia obtenida por diversas empresas dedicadas a una variada gama de industrias: consumo masivo, construcción, alimentos, agricultura, salud, servicios financieros y muchas otras. El autor sugiere que, pese a que se trata de un mercado todavía inexplorado por las compañías en el ámbito local e internacional, el potencial de consumo de esa parte de la población mundial será clave en el desarrollo de estrategias de negocio en el futuro.[7]

Uno de sus principales promotores en América Latina es el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), quien en su estudio “Un mercado creciente de US $750 mil millones. Descubriendo oportunidades en la base de la pirámide en América Latina y el Caribe” (2015, p. 1), afirma que: “Hace casi una década que el Banco Interamericano de Desarrollo comenzó a financiar modelos de negocios rentables que ofrecen bienes y servicios de alta calidad a las personas que se encuentran en la base de la pirámide económica en América Latina y el Caribe.” El BID estimaba que en 2010 el tamaño total del mercado de la Base de la Pirámide de América Latina y el Caribe era de US $759.000 millones[8] y representaba alrededor del 10% de la economía de la región (BID, 2015, p. 3), un mercado compuesto por hogares con ingresos de hasta US$10 diarios per cápita que representaba alrededor del 70% de la población de la región, o sea, 405 millones de personas. Segmentando el mercado latinoamericano de los pobres y vulnerables, el BID destaca que los rubros mayores, en orden descendente, serían: Comida US $209,000 millones, Vivienda US$184 mil millones, Transporte US $82,000 millones, Servicios alimentarios US $44,000 millones, Vestimenta US $42,000 millones, Otros US $40,000 millones, Energía US $38,000 millones y Salud US $31,000 millones[9].

En suma, para el BID, los pobres son vistos como mercado potencial, como consumidores, como negocio, y no como ciudadanos con derechos reconocidos. 


2.3.2 Economía Naranja

Desde la nueva revolución de la tecnología y la información -cuyas tendencias internas principales apuntan a la inteligencia artificial[10], la minería de datos[11] y el internet de las cosas[12]-, denominada la “Cuarta Revolución Industrial” por el Foro Económico Mundial en el 2016, emerge desde la economía real y convencional, la Economía Creativa o Economía Naranja.

Ya Zygmunt Bauman nos advertía sobre la transición civilizatoria de la modernidad y la sociedad sólidas a la modernidad y sociedad líquidas en que estamos insertos. Algunos podríamos pensar que ya no sólo líquida, sino gaseosa (virtualidad) además: es posible afirmar que en nuestro mundo conviven ya, de manera simultánea, una sociedad cada vez menos sólida con las cada vez más dominantes líquida y gaseosa. Bauman posiblemente se basa en el análisis del marxista y judío norteamericano Marshall Berman (1989) y su libro “Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad”, donde Berman realiza un análisis sobre la crítica marxista al capitalismo de su época y esa perspicacia de Karl Marx sobre la inmaterialidad, evanescencia o virtualidad de los procesos económicos capitalistas que expone en su Manifiesto Comunista. Pues de eso se trata, en toda su radicalidad, la Economía Digital (y naranja).

Pues bien, este tipo de Economía Naranja integra, entre otras economías emergentes, a la Economía de Innovación tecnológica, la Bioeconomía y la Economía Colaborativa privada. Conocida también como Economía Digital, se compone por las dos grandes vertientes de la tecnología: la biotecnología y la infotecnología. 

En América Latina es impulsada también por el Banco Interamericano de Desarrollo y, de acuerdo con Buitrago y Duque (2013), la Economía Naranja representa una riqueza enorme basada en el talento, la propiedad intelectual, la conectividad y la herencia cultural de nuestra región. Según los autores referidos, esta economía integra varios factores: a. creatividad, artes y cultura como materia prima; b. relación con los derechos de propiedad intelectual (en particular con el derecho de autor) y c. función directa en una cadena de valor creativa. El color naranja se suele asociar con la cultura, la creatividad y la identidad. Google, Amazon, Paypal y Skypeso, pero también Waze y Facebook, son algunos ejemplos de este tipo de economía en su vertiente digital (economía digital)[13]. 

De acuerdo con la Economía Naranja, las exportaciones de bienes y servicios creativos en 2011 alcanzaron los $646 mil millones de dólares y serían la quinta mercancía más vendida del planeta[14]. 

Apoyándose en esta vertiente de las nuevas tecnologías se desprenden las economías colaborativas, como veremos más adelante. Caben también aquí múltiples prácticas tecnológicas innovadoras en diversos campos de la economía dominante: entre ellas podemos distinguir las Fintech (Financial Technology), es decir, las nuevas tecnologías financieras privadas basadas en TIC´s (Tecnologías de Información y Comunicación)[15]. 

En este sentido, es posible destacar aquí al dataísmo, entendido como la maximización de los flujos de información que se conectan cada vez a más medios diversos, produciendo y consumiendo más y más información. Los algoritmos son el gran dispositivo que hace girar esta enorme rueda. Pero el mismo Harari va más lejos, cuando sostiene que “Cuando Google, Facebook y otros algoritmos se conviertan en oráculos omniscientes, bien podrían evolucionar para convertirse en representantes y finalmente en soberanos” (2018b, p. 373). 

Y este capitalismo oscuro o “capitalismo de vigilancia”, bautizado así por la economista Soshana Zuboff (2019), opera en ese sentido[16]. Para Zuboff, la tecnología digital no equivale al capitalismo de la vigilancia, pero el capitalismo de vigilancia requiere de la tecnología digital. En una entrevista concedida a BBC News (Blasco, 2019), la autora señala que el capitalismo de la vigilancia reclama experiencias humanas privadas -que residen en nuestros cuerpos, en nuestras casas, en nuestras ciudades, en nuestra vida diaria- para convertirlas en datos de comportamiento e integrarlas al mercado. Así, inventado en el contexto de la publicidad en línea personalizada, el capitalismo de la vigilancia se propagó rápidamente a Facebook y a otras empresas tecnológicas y, finalmente, a la economía “normal”, integrándose en industrias desde seguros hasta salud, finanzas o educación (incluso la automotriz Ford planea utilizarla). Urgido de regulación efectiva, la economista asegura que el capitalismo de la vigilancia es un sistema global que amenaza a la naturaleza humana y cuyo precio podría ser renunciar a nuestra propia libertad. 

Y sus consecuencias futuras en el empleo no son para nada halagüeñas. Como señala el historiador Yuval Novah Harari (2018b, p. 357), citando a Carl B. Frey y Michael A. Osborne con su informe de 2013 –“The future of Employment- el 47 por ciento de los puestos de trabajo de los Estados Unidos para el año 2033 corren el riesgo de ser suplantados por algoritmos[17]. De manera que en el este siglo XXI podemos asistir a la creación de una nueva y masiva clase no trabajadora: una clase inútil desempleada e inempeable. Pero no sólo eso, sino que los trabajadores de las plataformas digitales se encuentran altamente precarizados, convertidos en una suerte de jornaleros digitales como señala el estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT, 2019). La precariedad laboral refiere a la condición vulnerable de un trabajador derivada de las condiciones propias de su empleo ya que dichas plataformas operan bajo un modelo en el que los trabajadores fungen sólo como contratistas independientes y las firmas no están constituidas como patrones. Ello significa que se encuentran fuera de toda prestación y seguridad laborales.

Cuarta Revolución industrial, economía naranja, innovación tecnológica, tecnologías de la información, inteligencia artificial, conforman un continuum que permite conocer todo sobre la vida de las personas con el riesgo de que su capacidad de toma de decisiones personales y colectivas se vean amenazadas, vulneradas y colapsadas. Desde la perspectiva axiológica y ética, más allá de la económica, cabe preguntarse: quién es y será en el futuro el verdadero soberano, ¿el ciudadano, el Estado, el algoritmo? La fusión de la biotecnología y la infotecnología nos enfrenta a los mayores desafíos que la humanidad ha conocido, en palabras de Harari (2018ª). El dataísmo, basado en la mega información y los algoritmos, se convierten en una nueva religión que va más allá del humanismo. 


Bioeconomía

Otra expresión de este tipo de economía naranja vinculada a la tecnología es la “bioeconomía” -que en realidad es una pseudo bioeconomía al apropiarse y distorsionar semánticamente el término de la auténtica bioeconomía- la cual pretende impulsar la ingeniería transgénica como una forma de producción alimenticia eficaz. Caben aquí las iniciativas o emprendimientos de producción de alimentos genéticamente modificados. La empresa internacional Monsanto -adquirida en 2018 por Bayer, la transnacional farmacéutica y agroquímica, en una transacción de más de US $66,000 millones- constituye el ejemplo más acabado del uso de la tecnología transgénica. 

Monsanto es una de las empresas con peor imagen corporativa en el mundo y objeto de múltiples manifestaciones, resistencias y protestas en todos los rincones del planeta. Se trata del mayor productor mundial de semillas transgénicas (sobre todo de maíz y soja) y por la venta de herbicidas como el Roundup. No es casual su rechazo por campesinos, ecologistas y científicos dadas sus terribles implicaciones ético-científicas, ambientales, políticas, económicas, culturales y sociales (daños severos a la naturaleza y a la salud de las personas, dependencia alimentaria de los productores y en el uso de semillas, entre otras). Su expulsión de países como Francia y Alemania y otros doce países europeos en 2014 -con excepción de España, Portugal y República Checa- no es gratuita, sino evidencia de los graves problemas que genera su tecnología tanto en los campos de cultivo como en la salud de las personas. 

Uno de los críticos más relevantes a nivel global por su lucha contra los agroquímicos y transgénicos es el movimiento social internacional la “Vía Campesina”, la cual agrupa a más de doscientos millones campesinos de todo el mundo, especialmente del Sur Global, a través de 182 organizaciones presentes en 81 países. Desde la investigación y la academia, el Grupo ETC ha sido un audaz crítico de la perversión de la cadena alimentaria industrial frente a los aportes de la agricultura familiar y campesina en todo el mundo y afirman que los campesinos alimentan al menos al 70 % de la población mundial (ETC Group, 2009), mientras que la cadena industrial aporta tan sólo el 30%.

Economía colaborativa privada

Dentro de la emergencia de la innovación social se encuentra la economía colaborativa, aunque se puede entender como una rama de ella o más allá de ella.  Se centra en el intercambio de bienes y servicios usando la tecnología como fórmula para poner en contacto a las personas y avalar su reputación. Se puede afirmar que de estas formas básicas de la solidaridad y la colaboración (movilidad, turismo, finanzas) emergieron las grandes experiencias empresariales y transnacionales como UBER y Airbnb, distorsionando las prácticas colaborativas de base, desde abajo. Dichas corporaciones transnacionales privadas se han beneficiado exponencialmente de este tipo de economía[18], dado que no invierten su capital en los activos fijos base del negocio -no son de su propiedad sino de sus contratados, como automóviles para transporte de pasajeros, en el caso de Uber, o casas en renta, en el caso de Airbnb-, y el grueso de los trabajadores son los propios dueños de los medios de producción o del servicio prestado. Con ello, estas empresas evitan la contratación de personal como empleadores, bajo la figura de autoempleo y, con ello, todo tipo de obligaciones laborales, con excepción de su personal administrativo.

2.3.3 Economía Verde

Propuesta desde el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la Economía Verde está basada en la acumulación y el crecimiento económico, lo que resulta contradictorio con los objetivos que el mismo pretende alcanzar. Se define como “un sistema de actividades económicas relacionadas con la producción, distribución y consumo de bienes y servicios que resulta en mejoras del bienestar humano en el largo plazo, sin, al mismo tiempo, exponer a las generaciones futuras a riesgos ambientales y escasez ecológicas significativas”. Por tanto, es una continuidad del Informe Brundtland que definió el desarrollo sostenible como “el desarrollo que satisface las necesidades presentes sin comprometer la capacidad de satisfacer las necesidades de las generaciones futuras”. La Organización de las Naciones Unidas ha estado trabajando sobre este concepto de desarrollo sostenible durante las dos últimas décadas. Sus impactos, con el pago de servicios ambientales por las empresas contaminantes del primer al tercer mundo (bonos de carbono), no logran mitigar la crisis ambiental que provocan. 

Sin embargo, como lo señala James W. Moore (2016) en su libro “Anthropocene or Capitilocene? Nature, History, and the Crisis of Capitalism”, lo que vivimos es la era del Capitaloceno y no en la era del Antropoceno[19]. Sus estudios revelan que la coacción forzada del trabajo humano y no humano, con su imperativo del beneficio a cualquier precio (la acumulación ilimitada del capital) es lo que provoca la ruptura del equilibrio del ecosistema planetario.

Ello significa que los ambientalistas y científicos ambientales han incurrido en el grave error de culpar a toda la especie humana de ser los causantes de este desastre ambiental y climático actual cuando en realidad lo ha sido el capitalismo y sus actores dominantes. Víctor Toledo (2019) es muy claro en ello:

“No es pues la humanidad sino una pequeñísima parte de ella la principal causante. El cambio climático no debe entonces atribuirse al mero hecho de que el planeta esté poblado por 7 mil millones, sino al reducido número de personas (uno por ciento) que controlan los medios de producción y deciden cómo se ha de usar la energía”.

Los siguientes datos aportados por Toledo (2019) en el mismo texto dan cuenta de ello:

en 2015, la mitad de las emisiones totales de CO2 fueron responsabilidad de 10 por ciento de la población con más riqueza, mientras la mitad de la población mundial sólo generó 10 por ciento de las emisiones;

las emisiones de carbono de uno por ciento más rico son 30 veces mayores que las de 50 por ciento más pobre; 

Los agentes más contaminantes en la historia son las corporaciones petroleras, gaseras y cementeras (entre 1751 y 2010, tan sólo 90 corporaciones emitieron 63 por ciento del total de gases de efecto invernadero).

De ahí que la Economía Verde, bajo el paraguas de la ONU y su Programa para el medio ambiente, esté sirviendo económica e ideológicamente a los intereses de las grandes corporaciones y su mercantilización de la naturaleza. El concepto de capital natural es sólo una manifestación científica, conservadora e interesada, de esta vertiente. 


2.3.4 Economía Oscura

Utilizamos este concepto de manera libre para integrar un acumulado de diversas expresiones económicas empíricas, e incluso algunas de ellas filosóficas, que se concretan en prácticas extremas del capitalismo como son el militarismo y el mercenariato, el crimen organizado (narcotráfico, trata de personas y de especies de fauna y flora, sicariato y grupos paramilitares, etc.), los paraísos fiscales y la especulación financiera sin controles, las monedas virtuales (con black chain) y las apuestas anarcocapitalistas[20], entre otras economías oscuras. 

El anarcocapitalismo es una corriente filosófica que tiene como referente teórico al economista e historiador estadunidense Murrat Rothbard (2006), discípulo del economista austriaco Ludwig von Mises, quien realizó una síntesis filosófica entre libre mercado, derechos humanos y ausencia del Estado. Por su parte, David Friedman (1973) defiende el anarcocapitalismo desde la perspectiva utilitarista, ya que según sus argumentos produciría mejores resultados que cualquier alternativa de orden social y económico. Sin embargo, de acuerdo con Noam Chomsky (1996), el anarcocapitalismo es un sistema doctrinal que daría lugar a formas de tiranía y opresión y que, llevadas a la práctica, destruirían rápidamente cualquier sociedad. Simplemente, sostiene Chomsky, la idea de libre contrato entre el potentado económico y su famélica contraparte es una broma cruel. 

Bajo un control descentralizado, sin regulación y al margen del estado, las criptomonedas o monedas encriptadas, digitales o virtuales (como Bitcoin, Ethereum, Ripple, Dogecoin y demás)[21] tienen un espacio creciente en este tipo de economía y sus mercados oscuros a través de la realización de transacciones financieras, el control y creación de unidades adicionales y la verificación de transferencia de activos. Si bien este tipo de monedas surgen como una respuesta antisistémica a los mercados financieros del capitalismo, en la práctica se han convertido en un “hoyo negro” donde se refugian especuladores de todo tipo y como un espacio de intercambio y compraventa de productos ilegales en el dark web (la red oscura), ya que no es necesario demostrar o revelar la identidad. Hoy, diversos bancos centrales están buscando su regulación para evitar riesgos mayores. Además de ello, su afectación al medio ambiente es creciente, dado que las computadoras que trabajan los algoritmos del blockchain consumen una gran cantidad de energía que se estima es 58.3 Tera Watt/hora anualmente, por tanto, similar al consumo total de Kuwait.[22] Además de ello, las fluctuaciones financieras son recurrentes, creando enormes burbujas de valor y turbulencias financieras que llevan a su desplome o estallamiento.  

No caben aquí las monedas sociales, locales o comunitarias dado que, en contrapartida a las criptomonedas, son monedas que se basan en la solidaridad, la ayuda mutua y fuertes relaciones de confianza entre los participantes. Se les considera complementarias a las monedas oficiales porque no intentan sustituirlas sino tan solo apoyar sistemas altruistas e informales que fomentan la inclusión financiera de personas que no pueden acceder a servicios financieros tradicionales. Su finalidad, en suma, es estimular el desarrollo local, social y humano. Estas monedas pertenecen al campo de las prácticas de la economía solidaria.


2.4 Una visión comparativa de los cuatro campos-tipos de economías ortodoxas
emergentes

En el Cuadro 2.2 se pueden observar, de forma resumida, las principales economías componentes de cada campo, sus respectivos sustentos conceptuales, sus características principales y las organizaciones o instituciones promotoras de cada una. 

 

[1] Para numerosos estudiosos del sistema-mundo capitalista, incluido Immanuel Wallerstein, pero no solo, encuentran que en su desarrollo de cinco siglos este sistema ha pasado por tres grandes etapas: la mercantil, la industrial y la de consumo, esta última en la que nos encontramos desde inicios del siglo XX.

[2] En su basamento, el modelo neoliberal sostenido por el Consenso de Washington, se impulsan por los menos cinco procesos centrales de políticas públicas a nivel global, con diversas aplicaciones diferenciadas dependiendo de territorios y temporalidades: la privatización de empresas estatales; la desregularización o liberación comercial, monetaria y financiera; la estabilización de precios; la flexibilización laboral y de procesos económicos; y la descentralización estatal.

[3] Y la manifestación más cercana a esta visión economicista -tanto ortodoxa como heterodoxa- es el concepto de desarrollo con sus diversas vertientes teóricas (integral, endógeno, local, sustentable, etc.), todas las cuales confluyen -incluso las más aventuradas y críticas- en una visión universal, homogénea y estándar sobre lo que debería ser el destino de los pueblos y naciones. “Desarrollismo” ha sido el término peyorativo utilizado para este tipo de visión. Con todos sus matices, la variable del crecimiento económico se constituye en la dominante de esta perspectiva desarrollista, más allá de la equidad social y la sustentabilidad ambiental que complementan la propuesta del desarrollo sustentable. Junto con este concepto y práctica económica, el concepto de modernidad (desde la perspectiva civilizatoria y sociocultural) viene a constituir otro de los goznes sustantivos que complementan este continuum economista-desarrollista-modernista.

[4] Como apunta el mismo David Harvey, “En el reciente crac del mercado inmobiliario en Estados Unidos, alrededor de cuatro millones de personas perdieron sus hogares por los desahucios. Para ellos, la búsqueda de valor de cambio destruyó el acceso a la vivienda como valor de uso” (2014, pág. 37).

[5] Conviene ver en el capítulo 2 el Cuadro 1.2 y su comparativo entre subsistemas.

[6] Se trata de un autor reconocido y prolífico, entre sus libros destaca el bestseller mundial Compitiendo para el Futuro”, escrito junto con Gary Hamel, el libro de negocios más vendido en 1994. También coescribió “Misión Multinacional: equilibrando demandas locales con la visión global” y “El Futuro de la Competencia: co-crear el valor único con los clientes”. Especialista en estrategia corporativa, C. K. Prahalad fue consultor para algunas de las empresas más importantes del mundo. Ejerció como profesor de administración empresarial en la Universidad de Michigan y fue miembro de la Junta Directiva de NCR Corp. Hindustan Lever Ltd.  y del Instituto Mundial de Recursos.

[7] Uno de los casos mexicanos más cercanos a esta perspectiva es el “Proyecto de Piso Firme” impulsado por cementeras privadas como CEMEX, Cruz Azul y Apasco, pero también el Programa de autoconstrucción “Yo Construyo” de CEMEX. Todos ellos tienen como sustento la Economía en la Base de la Pirámide. Dichos programas han contado con el aval y promoción del Banco Interamericano de Desarrollo y el gobierno mexicano.

[8] De ese gran total, US$585 mil millones o el 77% corresponden a población vulnerable, mientras que US$174 mil millones o el 23% representa el sector de pobreza.

[9] Los rubros menores serían: de Agua se pueden vender en educación US$29 mil millones, servicios financieros US 11,000 millones, TIC US$25 mil millones, recreación US$14 mil millones y agua US$10 mil millones.

[10] Inteligencia llevada a cabo por máquinas, donde las máquinas son capaces de desarrollar procesos cognitivos como aprender o resolver problemas mediante sistemas utilizados en diversos campos como economía, medicina, milicia y aplicaciones de software, juegos de estrategia y videojuegos.

[11] La Big Data, o minería de datos, es capaz de concentrar, administrar y generar simulaciones con altísimos volúmenes de información y se está convirtiendo en una gran herramienta de control y manipulación de la población mundial. Carlos Maldonado (2019) hace referencia a los casos de China y Estados Unidos y sus avances en torno al llamado “crédito social”, que consistente en otorgarles o quitarles beneficios sociales a los ciudadanos en función de la lectura de los rostros, el cruce con bases de datos, de deuda económica o registros penales. Como sostiene, F. Pascuale (2016), investigador de Harvard, la inteligencia económica, política, de seguridad y otras pasa por y se funda en el manejo de grandes bases de datos. Quién no ha experimentado la perversión de algoritmos secretos utilizados cuando damos un like o realizamos una búsqueda en internet: hemos sido cooptados por la información compartida que es capaz de perseguirnos sin reposo para convertirnos en consumidores voraces: desde los libros que anhelamos, la música que nos gusta, los zapatos que nos interesan, los vuelos y hospedajes posibles, entre mil cosas más.

[12] Es un concepto que se refiere a una interconexión digital de objetos cotidianos con internet.​

[13] Otras muchos negocios con tecnologías innovadoras abarcan diversos mercados desplazando crecientemente a los tradicionales como SPOTYFY (a las disqueras), Netflix (a los videoclubs y cines), Booking, Expedia o BestDay, entre otros (a las agencias de turismo), Google (a las páginas amarillas), Wize (a los mapas impresos y GPS), WhatsApp (a la telefonía fija y celular), las Redes sociales (Facebook, Instagram y muchos más a los medios masivos tradicionales de comunicación), OLX (a los avisos clasificados), y un largo etcétera.

[14] Habría que añadir que el pago de impuestos de estas compañías no es del todo en el marco de la justicia fiscal. Por ejemplo, de acuerdo con el Instituto en Impuestos y Política Económica (Institute on Taxation and Economic Policy) -una organización de la sociedad civil y no lucrativa con sede en los Estados Unidos que realiza estudios y análisis rigurosos sobre tributación y políticas económicas en los ámbitos federal, estatal y local- la empresa Amazon durante 2017 y 2018 pagó cero impuestos federales a pesar de haber doblado sus utilidades: tan sólo en 2018 ganó cerca de US $11,200 millones (ver ITEP, 2019). Se puede consultar la información en: “Amazon in Its Prime: Doubles Profits, Pays $0 in Federal Income Taxes”,  https://itep.org/amazon-in-its-prime-doubles-profits-pays-0-in-federal-income-taxes/

[15] Se reconocen tres tipos de fintech: proveedoras, disruptoras y challengers (entidades bancarias virtuales, sin sucursales). Se calcula que en México operan 281 empresas fintech, de las cuales más del 50% son competencia directa de las instituciones bancarias y usan herramientas tecnológicas para otorgar servicios más rápidos y baratos. Unas proveen servicios a las instituciones bancarias, otras experimentan con tecnología innovadora -como el blockchain-. Las challengers, las más agresivas, ofrecen actividades como préstamos, pagos o transferencias y usan herramientas tecnológicas para otorgar servicios más rápidos, sencillos y baratos al cliente (ver Expansión, 2018).

[16] Shoshana Zuboff es profesora emérita de la Harvard Business School.

[17] Desde vendedores, agentes de seguros, árbitros deportivos, cajeros, chefs, camareros, archiveros, procuradores, guías de viajes, panaderos, conductores de autobús, obreros de la construcción, y un largo etcétera.

[18] De acuerdo con un reportaje de la revista Forbes México, Uber es una de las empresas privadas de tecnología más valiosas en el mundo. En abril de 2015, tenía un valor cercano a 50,000 mdd. (Luna, 2015).

[19] Como explica Víctor Toledo (2019), el Antropoceno quedó definido como una nueva era geológica en la que la acción humana (la civilización moderna e industrial) se ha convertido en una nueva fuerza capaz de alterar los mayores procesos y ciclos del planeta.

[20] Al anarcocapitalismo es el extremo más radical de la economía de mercado. Se le conoce también como anarquismo de libre mercado, anarquismo libertario, anarquismo de propiedad privada o anarcoliberalismo. Se trata de una filosofía política que promueve la anarquía entendida como la eliminación del Estado, y donde la protección de la propiedad privada y la libertad de mercado se sustentan en la soberanía del individuo. En una sociedad anarcocapitalista todos los servicios sociales, tribunales y otros deberán prestarse por instituciones o empresas privadas y cooperativas mediante la libre competencia en mercados abiertos y con el concurso del financiamiento privado y no de la recaudación de impuestos.

[21] De acuerdo con CoinMarketCap existen más de 1,400 monedas virtuales vigentes en el mundo actualmente. Su fluctuación es exponencial: por ejemplo, en febrero de 2018, en tan solo 24 horas, las criptomonedas perdieron 112,000 millones de dólares, cayendo a un valor de mercado de 405,241 millones, pero dos meses después, en abril, ya había recuperado el 60%.

[22] En México, por ejemplo, Agustín Carstens se ha referido al bitcoin como “una combinación de una burbuja, especulativa, un esquema Ponzi y un desastre para el medio ambiente” (Rubli, 2018).